Thursday, May 18, 2006

 

OCTUBRE´S TALES (Vol. 1)

B. L. U. E. S
Es curioso cómo se construyen los recuerdos. Un buen día. Cuando nadie te ve, cierras los ojos, perfectamente abiertos, y te das cuenta, no sin cierto atisbo de sorpresa, de que tienes la cabeza llena de ellos. Si estuviéramos así el tiempo necesario como para clasificarlos, algo totalmente imposible debido a la rapidez con la que se suceden, hoy en día, las cosas, llegaríamos a la triste conclusión de que, de todos esos pedacitos de memoria, son muy pocos los verdaderamente vividos por nosotros. Al menos de una forma consciente.
Es imposible saber cómo o, por lo menos, cuándo, se alojaron en nuestras cabecitas. Tampoco es posible saber a quién pertenecen. Lo cierto es que allí están, cómodamente sentados en los huequitos de nuestro cerebro.
Hay recuerdos tristes. Recuerdos alegres. Recuerdos altos y bajos. Recuerdos rojos, amarillos, violetas, negros… Y todos ellos han sido, al menos una vez, seres totalmente autónomos, es decir: personas.
Es extraña esta dualidad: todos, en un momento dado de nuestra vida, dejamos de ser persona para pasar a ser recuerdo. Todos menos Él. Yo lo conocí.
No es fácil, créanme, nada fácil, andar diciendo por ahí que eres consciente del primer recuerdo que pobló el mundo. Sobre todo cuando no eres demasiado viejo como para que te tomen en serio, pero eso es algo con lo que tendré que cargar toda mi vida. Así lo eligió Él.
Cuando nací, Él ya estaba allí. Mala suerte. Un recuerdo brillante, imponente. Inevitable reparar en él. Imposible no ceder a su atracción. Y de veras que lo intenté.
Negaba su existencia, su poder. Años y años esquivando sus miradas, sus palabras que, aunque amables y dulces, me vaticinaban un dolor desconocido para mí. Una dependencia absoluta.
El olvido es un arma valiosa en estos casos. No siempre se consigue, ya que ha de ser un sentimiento muy fuerte, una decisión meditada, casi paladeada mentalmente. El olvido. Así es como mueren los recuerdos.
Obviamente, no lo conseguí, y prueba de ello es que, aunque no se sea consciente, muchos seguimos aún bajo su hechizo.
A diferencia de otros recuerdos que se conforman con un sitio donde vivir, a veces en nuestra frente, cerca de donde se localiza a la conciencia, a veces mucho más adentro, donde residen los sueños y los deseos, Él necesita mucho más; se alimenta de nuestra rutina. De nuestras alegrías, de nuestro dolor. Sí: se alimenta de otros recuerdos. Así, vida tras vida, ha ido haciéndose grande a base de transformar en energía esos trocitos de memoria robada.
Como ya habrán ustedes supuesto, Él no es un recuerdo cualquiera ya que, si bien es cierto que él mismo está hecho de recuerdos, los recuerdos también están hechos de Él. Por eso es tan difícil destruirle. Por eso, una vez que ha elegido a su próximo “acompañante”, es casi imposible deshacerse de él. O, por lo menos, hasta la fecha no se sabe de nadie que lo haya conseguido con éxito.
Es curioso cómo se construyen las leyendas. Se va tomando un poco de aquí y otro poco de allá. Se envuelve todo con un manto vaporosamente telúrico, de profundidad insondable y… ya está. La leyenda es la categoría más alta a la que puede aspirar un recuerdo. Por eso, son muchas las historias que se cuentan de Él. Voces que nos llegan de un pasado no tan lejano, desde caminos polvorientos y refritos de vinilo paridos en esas tardes de alcohol y somnolencia. Todos dicen haberlo visto. Yo también.
Caminando como un hombre.

No le importó que me escondiera. Tampoco las mentiras que inventé, desesperados intentos de negarle como la realidad misma que era. Que es. Esperó pacientemente, como el que sabe que tiene un poker de reinas y los demás un miserable farol de conductas imitadas. Cuando me encontré cara a cara, por fin, con Él, rendida, agotada, vencida, no pude más que responder a su llamada. Le tendí mi mano derecha. Y desde ese instante, me convertí en sombra. En una de esas voces sin rostro que vagan sin pasado, presente o futuro. Sin principio ni fin.
Cuando te atrapa, tu tiempo ya no es nunca más tu tiempo. Se lo entregas a Él. Sin preguntas. Tu dolor ya no es nunca más tu dolor. Es para Él. Sin preguntas. Tu alegría ya no es nunca más tu alegría, aunque la sientas con más fuerza que ningún otro ser humano. Le pertenece. Sin preguntas. Es por eso que, herido de muerte o terriblemente vivo, le necesitas como el suelo que pisas o el aire que respiras. Como la melodía cósmica que guía al planeta desde el principio de los tiempos. Si no lo encuentras, buscas con todo tu cuerpo su presencia. Tranquilizadora tiranía.
No me envidien, queridos niños. No deseen nunca verse en mi pellejo. Duerman felices ese sueño de inocencia que yo nunca dormí. (Aunque muchas noches creí hacerlo). Porque, de todos los recuerdos, leyendas, o como quieran llamarlo, Él es dueño y señor. Sentimiento grave y profundo que me empuja dulcemente hacia el fin de mis días.
Porque mis días son ya suyos. Y yo ya soy un recuerdo.

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